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A.D.M.


El A.D.M. parpadea en una época que se resbala al final de un borde, un abismo, al final de un paradigma y parece que no germinará uno nuevo desde la razón


Unos centímetros antes de la caída, una mujer lejana, oprime clic en “enviar”, el medio es el mensaje cuando la extravagancia solo sirve para atrincherarse más en la soledad. Un celular de última tecnología puede ser el refugio donde se juega a la sofisticación de una primitiva herencia temblorosa, aislada, y egoísta.


El abismo está en el estómago, el miedo a la proximidad humana permite la huma- nización de la máquina, la domesticación de la intimidad en una red social que teje desde una vitrina portátil la indiferencia organizada. El A.D.M. surge en la conciencia inorgánica y se disuelve en la sustancia digital, A.D.M. emergió como una necesidad narcisista para conciencias postindustriales que obedecen fun- cionalmente a los mandatos inorgánicos, recuerdos de USB, emoticones para la sonrisa o lágrimas, celos a distancia, ¿esperas en la distancia?, yo también.


INSERTAR celular viejo


La manifestación afable del A.D.M. Hace promesas de quinceañera enamora- da y se prolonga solo hasta que se cae la red o sencillamente no hay batería, el suspiro, una duda que exhala Megabytes para ser almacenados en una bodega de icopor, el A.D.M. es una condición cultural de la comunicación, que se pasea en horas de clase, en el trabajo, la farra, en horas antes del quiz y durante él, en el domingo a las seis de la tarde, va inalámbricamente por los pasillos como una identidad invisible que hay que acumular para que ofrezca “sentido” (poder). En la época de múltiples fracturas ontológicas el A.D.M. es una crisis.

Teme a al alboroto causado por la crisis económica Europea, ya que ésta podría devorar el poder adquisitivo de sus consumidores. El A.D.M.– Amor De Maquina, se infartará en un punto cuando la contradic- ción de la coraza humana se reencuentre con su orgánica naturaleza de Amar, la comunicación recordará un dialecto original con el corazón.




“El A.D.M. es una condición cultural de la comunicación, que se pasea en horas de clase, en el trabajo, la farra, en horas antes del quiz y durante él, en el domingo a las seis

de la tarde, va inalámbricamente por los pasillos como una identidad invisible que hay que acumular para que ofrezca “sentido” .



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