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¿CUÁL DEMOCRACIA?



Después del 9/3, quedó demostrado que si de algo carecemos en Colombia es de un verdadero concepto de democracia, porque no obtuvimos un Congreso renovado y transparente, sino uno cooptado, paramilitar e indecente.


Antes de las elecciones legislativas del nueve de marzo, todavía existía en los sectores alternativos de la variopinta política colombiana un soplo de esperanza que nos llevaba a creer—porque sería muy fácil para mí negarlo—que estas sí iban a ser las elecciones del cambio, de la renovación, de la reivindicación de nuestra paupérrima democracia. Y es que no era para menos, si en cuenta se tiene que el 2013 fue un año de ¿revoluciones? Sociales, o ese fue el mensaje que lográbamos captar aquellos que en ocasiones por convicción, pero en la mayoría de veces por un masoquismo patrio, estamos pendientes de la evolución del panorama institucional de una nación sin pueblo. El inicio y avance de los Diálogos de La Habana, el Paro Nacional Agrario, las Manifestaciones en el Catatumbo, las Consultas Populares en Piedras, etc., todos estos eventos nos irradiaban de optimismo, y de dientes para dentro afirmábamos, aún dubitativos, que las elecciones del 2014 por fin serían el escenario en el cual se iban a materializar todos estos eventos de movilización social que mostraban una ciudadanía diferente, es decir, una verdadera ciudadanía que, o bien estaba saturada del cáncer implacable de la politiquería socarrona y mezquina que mancilla las ya de por sí inestables instituciones del Constituyente de 1991, ora el nacimiento de una real indignación—y en este punto no quiero ser, ni mucho menos, parte de la moda de los indignados, que poca constancia sí han demostrado en sus insulares “rabietas”—cuyos estandartes estaban encaminados a generar esa chispa de solidaridad y conciencia de las cuales hemos carecido a lo largo y ancho de nuestra interminable Patria Boba.


Soñábamos por fin con un Capitolio realmente pluralista, donde los sectores de izquierda no sólo fueran una bancada encargada de hacer debates de control político sino que tuviesen la fuerza necesaria para conformar bancadas legislativas capaces de hundir o de salvar proyectos de ley según su beneficio o perjuicio a la ciudadanía naciente; anhelábamos que los partidos de izquierda, y aquellos indecisos como la Alianza Verde fuesen los protagonistas del Congreso que va a legislar sobre el postconflicto y que va a elegir una nueva Corte Constitucional; pretendíamos, como apasionados que somos—cuando nos envuelve la pasión quizá cede un poco la objetividad—que el Parlamento naciente se convirtiera en el punto de quiebre de la tradicional y ponzoñosa forma de hacer política en Colombia, en donde las corrientes alternativas primero deben decidir si hacen verdadera política o se dedican a recoger votos para superar un escandaloso umbral electoral. En fin, a mí, y a muchos otros que como yo, ya agitábamos las banderas de una verdadera democracia, nos salió el tiro por la culata y terminamos pidiendo que el preconteo se acabara lo más pronto posible para que los resultados no siguieran flagelando nuestra ya pisoteada esperanza.


Después del 9/3, quedó demostrado que si de algo carecemos en Colombia es de un verdadero concepto de democracia, porque no obtuvimos un Congreso renovado y transparente, sino uno cooptado, paramilitar e indecente. Una mayoría oficialista, que aunque menguada por la funesta fuerza uribista, sólo garantiza un continuismo inerte que por lo menos se mantendrá por cuatro años más; un ¿Centro Democrático? que será la piedra en el zapato de cualquier proyecto de avanzada y que luchará, en una peligrosa alianza con sectores Conservadores, por volver a los tiempos de la Seguridad Democrática y de paso, arrebatarnos el sueño de una paz negociada sin perjuicio de las maromas legislativas para convocar a una Constituyente que a no dudarlo, sería la más peligrosa para lo poco que queda de institucionalidad en este país (y a veces dudo que quede algo); un Polo Democrático con una figura de opinión destacada como Jorge Robledo como el parlamentario más votado del país, pero menguado en su fuerza de bancada que no le hará ni cosquillas a los proyectos del oficialismo; una Alianza Verde aún ambivalente y que más pareciera de Centroderecha—véase la aplastante victoria de Claudia López en ese partido—y que dejó a la Unión Patriótica viendo un chispero sin una sola curul; un MIRA completamente quemado en el Senado y que respira agónicamente en Cámara, sin ningún tipo de peso político y lo más grosero, unas negritudes representadas por dos cuestionados personajes que si algo tienen de oscuro es su pasado y presente político, amigos de asesinos y abogados de mafiosos, y lo peor, sin ser afros.


Este pequeño memorial de agravios es necesario repetirlo en cualquier escenario durante los próximos cuatro años, ya que no se entiende cómo un pueblo sodomizado por siglos siga vendiendo su dignidad a tan bajo precio pero con incalculables costos. Una mermelada que triunfa por sí sola, maquinarias con miles de votos amarrados, compra y venta de sufragios incluso el mismo día de la jornada electoral ¡a dos metros de las mesas de votación! (véase el caso de Soledad, Atlántico), el mismo cacicazgo político en todas las regiones, “barones y baronesas” electorales, como suelen llamarlos algunos medios de comunicación irresponsables, linajes familiares que se han repartido la política nacional y local casi que de forma testamentaria, casi un 70% de personajes investigados o con vínculos indeseables, y la lista se sigue. Entonces, ¿cómo podemos hablar de manera desprevenida de una democracia, cuando lo único que no primó en estas elecciones fue el debate ideológico, la propuesta política o la discusión transparente? Definitivamente, querido país, nos falta mucho para llamarnos cultos y sensatos, carecemos de un liderazgo que abogue por la unión y por la movilización inagotable, nuestra izquierda apenas sale del letargo de su terquedad y aun así, todavía no podemos decir que existe una sola izquierda, claro que con sus matices. No quisiera ser ave de mal agüero, pero si la revolución política y social que está ahí, a la vuelta de la esquina, no estalla de una vez y por todas, seguramente dentro de cuatro años volveremos a preguntarnos: ¿En Colombia? ¿Cuál Democracia?


LUIS EDUARDO TORRES RAMÍREZ

Abogado por convicción, poeta por necesidad,

Crítico por desahogo, filósofo por equivocación y bohemio fatigado.



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